A principios del siglo XX, investigadores descubrieron que las dietas sin grasas tenían efectos desfavorables sobre el crecimiento en ratas. Se sospechaba que este factor descubierto recientemente era una vitamina que en su momento etiquetaron como vitamina F. Posteriormente, la sustancia desconocida se identificó no como una vitamina, sino como una combinación de ácidos grasos insaturados esenciales (AG), el linoleico es el ácido graso predominante. Desde entonces, su efecto sobre la función cerebral, la respuesta inmunitaria y la salud de la piel se ha documentado ampliamente. La razón es que el cuerpo no puede desaturar los ácidos grasos más allá de un doble enlace (oleico), consecuentemente, hace que la presencia de linoleico (dos dobles enlaces) y linolénico (tres dobles enlaces) sea esencial en la dieta de ganado y los humanos.
Investigaciones recientes en vacas lecheras, muestran que, bajo ciertas condiciones ambientales alteradas del rumen, la biohidrogenación del ácido linoleico puede seguir una ruta alter nativa que genera intermediarios específicos, como el ácido linoleico conjugado trans-10, cis 12 (CLA) y trans-10 C18: 1 (Bauman y Grünari, 2001). Una vez absorbidos, estos metabolitos se transportan a la glándula mamaria, donde reducen la síntesis de grasa láctea al interferir con la expresión de genes que codifican enzimas lipogénicas y moléculas reguladoras clave.
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