Álvaro García
Como científico especializado en producción ganadera, gran parte de mi carrera se ha centrado en promover la salud, la productividad y el estado de bienestar de los animales. Sin embargo, hay un tema que sigue planteando desafíos tanto prácticos como filosóficos: ¿cómo podemos conciliar la longevidad de los animales con la eficiencia productiva? En la ganadería, la longevidad suele entenderse en términos estrictamente biológicos o económicos: cuánto tiempo permanece fértil una vaca de carne, a qué edad una novilla alcanza el peso de mercado o cuántas lactaciones completa una vaca lechera antes de ser sacrificada. Estos parámetros concretos, basados en datos, se utilizan para evaluar el rendimiento del ganado. Pero fuera del ámbito de la ciencia animal, especialmente en un contexto de creciente preocupación por el bienestar, la longevidad adquiere un sentido más amplio, convirtiéndose en un referente relacionado no solo a la biología, sino también a la ética, las emociones y la percepción pública.
El debate plantea un dilema complejo. Los distintos sistemas de producción generan expectativas de vida muy diferentes, condicionadas por factores como la economía de la explotación, las demandas de los consumidores o la sostenibilidad ambiental. Al mismo tiempo, la sociedad le da cada vez más importancia ética a la duración de la vida de un animal. ¿Deberíamos hablar del derecho de los animales a tener una esperanza de vida «natural»? ¿O más bien centrar el debate en asegurarles una existencia libre de dolor y miedo, aunque sea más breve de lo que su biología permitiría? ¿Realmente podemos aplicar conceptos humanos como la dignidad, los cuidados paliativos o la muerte digna a los animales, sin caer en simplificaciones excesivas ni ofender, sin querer, sensibilidades culturales o profesionales?
No se trata de cuestiones abstractas, sino de aspectos que influyen directamente en la percepción pública de la producción ganadera y en el diseño de las políticas futuras del sector. La manera en que definimos y comunicamos el concepto de longevidad animal puede servir para tender puentes entre la ciencia, la sociedad y la ética, o, por el contrario, para aumentar el antagonismo entre quienes trabajan con animales y quienes cuestionan la legitimidad misma de esta labor.
Replantearse la longevidad en la producción ganadera
Es necesario intentar redefinir el concepto de longevidad, no como un parámetro biológico fijo, sino como parte de un debate más amplio sobre el estado de bienestar animal, la sostenibilidad de los sistemas de producción y la responsabilidad ética. Es muy importante realizar este cambio para abordar con transparencia las preocupaciones de la ciudadanía y diseñar políticas ganaderas que reflejen tanto los conocimientos científicos como los valores sociales.
A medida que la sociedad se replantea su relación con los animales, la longevidad en los sistemas ganaderos se ha convertido en un tema central en los debates políticos sobre el bienestar animal, la sostenibilidad y la ética. La longevidad, es decir, el tiempo de vida de los animales de granja, es un concepto aparentemente sencillo que, sin embargo, contradice las complejas realidades de la gestión ganadera en los distintos sistemas de producción, desde los cebaderos de ganado vacuno hasta los criaderos de terneros y las granjas lecheras.
Sin embargo, a medida que crece la preocupación por el estado de bienestar animal y el activismo en favor de los derechos de los animales influye cada vez más en la opinión pública, la forma en que hablamos de la longevidad debe evolucionar, es decir, debe dejar de considerarse únicamente una medida biológica o económica para convertirse en una cuestión ética y políticamente relevante.
No debemos considerar la longevidad del ganado como un elemento aislado, sino como parte de la realidad biológica, económica y de bienestar de cada sistema de producción animal. Veamos, por ejemplo, los sistemas de producción de grandes rumiantes:
- En los cebaderos de ganado vacuno, los animales se sacrifican a una edad relativamente temprana, a menudo antes de los dos años, ya que los animales jóvenes producen la carne marmolada que exigen los consumidores. En este caso, el objetivo no es la longevidad, sino la eficiencia y la calidad de la carne.
- En las explotaciones de cría de terneros, en general se busca que las vacas tengan una vida útil más prolongada, ya que contribuyen a la sostenibilidad del rebaño al producir y criar terneros de manera más eficaz. En este caso, aspectos como la salud, la fertilidad y el comportamiento maternal son más importantes que la edad.
- En la producción lechera, aunque las vacas pueden producir leche hasta los veinte años, muchas son sacrificadas prematuramente (la media en EE. UU. se sitúa entre cinco y seis años) a causa de problemas reproductivos o de salud. En este caso, el debate se centra en cómo promover una longevidad saludable, no únicamente una vida más larga.
Aunque cada sistema tiene sus propios objetivos, la longevidad tiene más sentido cuando se vincula a un propósito más amplio: garantizar la calidad de vida de los animales mientras están bajo el cuidado humano. En cualquier sistema de producción animal, sólo con la longevidad no se puede medir el estado de bienestar. Que un animal se mantenga con vida, pero sufra, no equivale a un estado de bienestar satisfactorio, ni tampoco lo es que un animal parezca sano y productivo, pero sea sacrificado inesperadamente a una edad temprana debido a problemas ocultos. El verdadero estado de bienestar animal requiere ir más allá de la esperanza de vida e incluir aspectos como la calidad de vida, la resiliencia y la capacidad de prosperar a lo largo del tiempo.
«La calidad de vida por encima del número de años»
Este principio resulta cada vez más relevante tanto para productores, como para consumidores y legisladores. En los sistemas ganaderos, el objetivo no debe ser prolongar la vida de los animales a cualquier coste, sino garantizar que el tiempo que viven, sea cual sea su duración, esté marcado por el bienestar, la buena salud y la dignidad. Cuando los animales reciben un cuidado adecuado, la longevidad suele ser una consecuencia natural, no el objetivo principal.
Este planteamiento se ajusta en gran medida al concepto de estado de bienestar animal tal y como lo define la Asociación Americana de Médicos Veterinarios (AVMA). A diferencia del concepto de «bienestar», que a menudo se centra en las condiciones externas, el estado de bienestar incluye también el estado mental y emocional del animal. Aunque no existe una definición única y universal, se entiende que el estado de bienestar animal refleja la calidad de vida general que experimenta un animal. No sólo comprende la ausencia de dolor, miedo o enfermedad, sino también la presencia de experiencias positivas, como la sensación de seguridad, la satisfacción y la libertad para expresar comportamientos naturales. Como señala la AVMA, el estado de bienestar es algo más que minimizar el sufrimiento: se trata de permitir que los animales tengan una vida plena dentro del contexto de su entorno.
Cuando se prioriza la calidad de vida, se fomentan unas prácticas de bienestar animal más adecuadas. Esto incluye minimizar la cojera, garantizar un alojamiento limpio y cómodo, proporcionar una alimentación equilibrada, reducir el estrés y mantener la salud reproductiva y metabólica. Estas estrategias suelen mejorar tanto el estado de bienestar como la productividad, especialmente en los sistemas lecheros y de cría de terneros, lo que demuestra que un cuidado responsable puede beneficiar a los animales y, al mismo tiempo, favorecer la sostenibilidad de las explotaciones.
Es fundamental distinguir entre el bienestar animal y los derechos de los animales, dos marcos éticos completamente distintos. Mientras que los defensores del bienestar se enfocan en mejorar las condiciones y el trato de los animales bajo cuidado humano, quienes defienden los derechos de los animales suelen oponerse al uso de animales en general, sin importar lo bien que se les trate ni cuánto vivan.
Esta brecha dificulta la elaboración de políticas ganaderas futuras. Cualquier normativa eficaz debe reconocer estas distintas perspectivas morales, al mismo tiempo que articula de manera clara el papel fundamental que desempeña la ganadería bien regulada en los sistemas de producción y consumo de alimentos a nivel global. Una manera de expresar esta responsabilidad podría ser:
«Comprendemos que algunas personas consideran que los animales nunca deberían utilizarse como alimento. Sin embargo, en aquellas sociedades en las que la ganadería sigue siendo esencial, nuestra responsabilidad es garantizar que los animales vivan con dignidad y que su muerte se produzca sin dolor ni miedo».
Este enfoque respeta las preocupaciones éticas y no menoscaba la labor de los ganaderos. Más bien, fomenta una ética de cuidado basada en un trato respetuoso y humano a lo largo de toda la vida del animal.
No caer en la trampa de la «esperanza de vida natural»
A medida que avanzan los debates sobre el bienestar animal, la ética y la sostenibilidad, resulta fundamental no limitarse a parámetros simples como la esperanza de vida, sino adoptar una visión más integral del cuidado de los animales. Un argumento frecuente en los debates sobre los derechos de los animales es que al ganado se le niega su esperanza de vida «natural». Sin embargo, en la naturaleza muchos animales mueren por depredación, enfermedades o inanición y nunca alcanzan su potencial biológico. En cambio, los animales criados en un entorno bien gestionado están protegidos de estos riesgos y suelen disfrutar de mayores comodidades, aunque su vida sea más corta.
En estos sistemas, el cuidado ético también requiere que la eutanasia o el sacrificio se realicen de manera rápida y humanitaria cuando sea necesario para evitar el sufrimiento. En este contexto, la esperanza de vida por sí sola no debería considerarse un indicador de bienestar. A menudo, una vida corta, pero con buenos cuidados, puede suponer un mayor bienestar que una existencia más larga y estresante en la naturaleza.
En los debates normativos sobre la longevidad del ganado, es fundamental tener presente este matiz. Más que centrarse únicamente en la esperanza de vida de los animales, se deben impulsar programas que mejoren su calidad de vida y prolonguen su vida productiva cuando corresponda. Esto incluye mejores condiciones de alojamiento, cuidado de las pezuñas y el uso de técnicas genéticas que incrementen la fertilidad y la resistencia. Además, la transparencia y la existencia de estándares éticos claros son esenciales para cumplir con las expectativas del público en cuanto al trato adecuado de los animales. Por otra parte, es vital que haya diálogo entre los ganaderos, los científicos y los consumidores, de manera que los valores sociales en evolución se reflejen en una normativa práctica y basada en la evidencia.
La sostenibilidad debe formar parte de este debate. Cuando los animales se mantienen sanos y productivos durante períodos prolongados de tiempo, se reduce la necesidad de reemplazarlos regularmente, lo que contribuye a disminuir el impacto ambiental y favorece una gestión más estable del ganado. Este vínculo entre el cuidado de los animales y una ganadería respetuosa con el medio ambiente refuerza aún más la importancia de adoptar un enfoque responsable y a largo plazo.
En definitiva, este debate permite identificar puntos en común entre ganaderos, consumidores, responsables políticos e incluso algunos críticos éticos. Además, fomenta el desarrollo, la aplicación de estándares basados en evidencia científica y el respeto mutuo por la vida de los animales y los medios de subsistencia de los ganaderos. La longevidad del ganado no es un fin en sí misma; más bien, suele ser una consecuencia natural de una gestión responsable, humana y sostenible. Que la longevidad emerja como un subproducto de esta gestión es un indicio de que el sistema ganadero funciona, tanto para los animales como para los productores y el planeta.
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