Álvaro García
En el ámbito de la nutrición con microminerales, normalmente se mencionan el calcio, el fósforo o el zinc, pero hay dos oligoelementos que siguen siendo esenciales y que, a menudo, se infravaloran en la alimentación del ganado: el hierro (Fe) y el yodo (I). Aunque sus requerimientos cuantitativos son mínimos, ambos minerales tienen una influencia fisiológica extensa, que abarca el transporte de oxígeno, la regulación endocrina, la tasa metabólica, el desarrollo y la producción láctea. Cuando hay deficiencia de alguno de ellos, las alteraciones van más allá de las rutas metabólicas específicas, comprometiendo el equilibrio sistémico y la productividad general.
El hierro conforma el núcleo de la hemoglobina y la mioglobina, lo que garantiza un transporte y un uso eficaces del oxígeno. Además, participa en numerosas reacciones enzimáticas esenciales para el metabolismo energético. El yodo, por su parte, es un componente indispensable de las hormonas tiroideas (tiroxina y triyodotironina), que regulan la tasa metabólica, la termogénesis y la distribución de nutrientes. La interdependencia entre ambos minerales es clara: las enzimas dependientes de hierro, como la peroxidasa tiroidea, catalizan la yodación de residuos de tirosina en la tiroglobulina, integrando a ambos minerales en la síntesis de hormonas tiroideas. En consecuencia, la deficiencia de hierro puede limitar la utilización del yodo y, a su vez, la deficiencia de yodo puede restringir el metabolismo del hierro, generando un ciclo de ineficiencia metabólica que compromete el rendimiento y la salud.
La deficiencia de estos oligoelementos sigue patrones geográficos característicos. El déficit de hierro es más frecuente en rumiantes jóvenes o de crecimiento acelerado criados en regiones con suelos pobres, arenosos, ácidos o erosionados, como los de África subsahariana, el sur de Asia y el noreste de Brasil. La deficiencia de yodo predomina en regiones montañosas (por ejemplo, los Andes, el Himalaya y los Alpes) y en zonas costeras lixiviadas por la lluvia, donde las reservas naturales de yodo del suelo se agotaron hace tiempo. En los climas tropicales húmedos, ambas deficiencias pueden coexistir debido a la lixiviación de minerales y a la presencia de antagonistas dietéticos, como las plantas bociogénicas, el molibdeno o el exceso de sulfato.
Hierro y yodo: los micronutrientes interconectados del metabolismo lácteo
El hierro es esencial para el transporte de oxígeno, la respiración celular y la función inmunológica. Alrededor del 60–70 % del hierro total del cuerpo se encuentra en la hemoglobina, el 10 % en la mioglobina y el resto en enzimas y proteínas de almacenamiento como la ferritina. A pesar de su abundancia en la corteza terrestre, su disponibilidad para los rumiantes puede ser baja debido a la presencia de minerales antagonistas y a la composición de la dieta. Su absorción se produce principalmente en el duodeno a través del transportador de metales divalentes 1 (DMT1) y la ferroportina, y el hierro se transporta por la sangre ligado a la transferrina. La ferroportina es una proteína de membrana que actúa como el único exportador de hierro en mamíferos conocido. Desempeña un papel crucial en la homeostasis del hierro al controlar su liberación desde las células hacia el torrente sanguíneo. Este transporte se realiza principalmente desde los enterocitos (células intestinales), los macrófagos (que reciclan el hierro de los glóbulos rojos) y los hepatocitos (células del hígado). Una vez liberado, el hierro se une a la transferrina, la principal proteína plasmática encargada de transportarlo hacia los tejidos.
Los terneros alimentados con leche entera o sustitutos lácteos son especialmente vulnerables a la deficiencia, ya que estas dietas son naturalmente pobres en hierro biodisponible.
En las vacas lactantes, el hierro contribuye a la oxigenación mamaria y a la producción de energía mitocondrial, procesos clave para mantener la producción y calidad de la leche. Su deficiencia provoca anemia, alteración de la termorregulación, reducción del consumo y deterioro del sistema inmunitario. Por el contrario, un aporte excesivo de hierro, sobre todo a través del agua, puede generar estrés oxidativo e interferir en el metabolismo del cobre y el zinc.
La función principal del yodo es la síntesis de hormonas tiroideas, que regulan la tasa metabólica basal, el desarrollo, la reproducción y la termorregulación. Sin embargo, su metabolismo depende del estado férrico, ya que la peroxidasa tiroidea, la enzima responsable de la síntesis hormonal, requiere hierro en su estructura hemo. Cuando hay déficit de hierro, la actividad de esta enzima disminuye, lo que reduce la incorporación de yodo y la formación de tiroxina (T₄) y triyodotironina (T₃). De manera recíproca, una cantidad insuficiente de yodo puede afectar indirectamente al metabolismo del hierro, al disminuir la eritropoyesis mediada por la tiroides y la absorción intestinal.
Esta interacción crea un puente metabólico entre el suministro de oxígeno (hierro) y el uso de energía (yodo). En las vacas lecheras de alta producción, sobre todo durante las fases de transición y al inicio de la lactancia, el déficit mínimo de cualquiera de estos minerales puede reducir la síntesis de leche, retrasar el celo y aumentar los riesgos para la salud, a menudo sin signos clínicos evidentes. Estos efectos sutiles pero crónicos convierten a estos dos minerales en micronutrientes de importancia estratégica en la nutrición lechera.
Perspectivas prácticas: la suplementación y las deficiencias específicas de cada región
En un estudio realizado recientemente por Salles et al. (2025) y publicado en Frontiers in Animal Science, se analizaron los efectos de suplementar el sustituto lácteo de terneros Holstein con hierro, selenio y vitamina E durante sus primeros 60 días de vida. Los terneros que recibieron la suplementación completa (200 mg de Fe/kg de MS) mostraron una mayor resiliencia metabólica e inmunitaria en comparación con el grupo control. La actividad de la glutatión peroxidasa, un marcador antioxidante clave, aumentó significativamente (p < 0,01), mientras que las concentraciones plasmáticas de lactato y urea disminuyeron, lo que sugiere un metabolismo energético y proteico más eficiente.
También mejoraron notablemente los resultados en materia de salud: la incidencia de diarrea se redujo del 67 % en los terneros del grupo control al 51 % en los que recibieron suplementación con hierro (p = 0,03), y las cargas patógenas de Anaplasma marginale fueron más bajas. Aunque las diferencias en el crecimiento fueron modestas, el descenso de las pérdidas relacionadas con la salud se tradujo en un ahorro económico tangible. Una reducción del 15 % en la incidencia de diarrea neonatal podría suponer un ahorro de entre 260-340 euros por cada 100 terneros, al reducirse los gastos veterinarios y mejorar el incremento de peso, lo que demuestra el valor económico de la suplementación estratégica con micronutrientes.
Estos hallazgos son particularmente relevantes en regiones propensas a la deficiencia de minerales en el suelo. El déficit de hierro suele presentarse en zonas con suelos ácidos o muy lixiviados, comunes en África subsahariana, el sudeste asiático y algunas partes de América Latina, donde los forrajes y los cereales tienen un bajo contenido natural de oligoelementos. La deficiencia de yodo es frecuente en zonas montañosas y del interior continental, como el Himalaya, los Andes y el norte de Europa, donde la glaciación y las lluvias prolongadas han despojado a los suelos de yodo. En muchas zonas tropicales, la concurrencia de las deficiencias de ambos minerales provoca un desarrollo deficiente, pelajes ásperos, una termorregulación débil y un retraso en la reproducción del ganado.
La gestión del yodo y el hierro en los rebaños lecheros
Para identificar y corregir las deficiencias de los oligoelementos se requiere observación y asistencia diagnóstica. La deficiencia de hierro en las vacas suele manifestarse con membranas mucosas de color claro, pelaje sin brillo, fatiga y reducción del consumo de alimento. Los terneros pueden sufrir retrasos en el crecimiento y padecer diarrea o enfermedades respiratorias. La deficiencia de yodo se manifiesta mediante un agrandamiento de la glándula tiroides (bocio) en los recién nacidos, una gestación prolongada, terneros débiles o una disminución de la producción de leche a pesar de recibir una alimentación adecuada. Un contenido de yodo en la leche inferior a 150 µg/L suele indicar una carencia a nivel de rebaño.
Los análisis de sangre permiten confirmar el diagnóstico. Un nivel bajo de ferritina sérica (<15 µg/L) o de saturación de transferrina (<20 %) indica deficiencia de hierro, mientras que un nivel bajo de tiroxina (T₄) y un nivel bajo o normal de triyodotironina (T₃) apuntan a una deficiencia de yodo o a una alteración de la conversión por déficit de hierro.
Para garantizar una suplementación eficaz, se recomienda suministrar ambos minerales juntos cuando existan situaciones de riesgo. El hierro se puede suministrar a través de sulfato ferroso, hierro quelado o formas inyectables, como el hierro dextrano para terneros. Las mezclas minerales que contienen entre 300 y 500 mg de Fe/kg garantizan un aporte adecuado de hierro sin fomentar el estrés oxidativo. El yodo se suministra mejor a través de yoduro de potasio, yodato de calcio o sal yodada, con un objetivo de 0,5-1 mg/kg de materia seca en vacas lactantes. Las formas orgánicas del yodo, como el EDDI (dihidroioduro de etilendiamina), mejoran la biodisponibilidad, sobre todo en condiciones de estrés térmico.
Dado que unos niveles elevados de hierro pueden interferir en la absorción del cobre, manganeso y zinc, las mezclas minerales compuestas deben estar equilibradas y no contener un exceso de minerales. Prevenir las deficiencias subclínicas tiene beneficios económicos cuantificables: mejorar la producción de leche en un 2-3 % y reducir los descartes relacionados con la salud en un 5-10 % compensa fácilmente el coste de los programas específicos de suplementación mineral. Más allá de la productividad, una nutrición equilibrada en oligoelementos mejora la fertilidad, la salud de las ubres y la vitalidad de los terneros, aspectos clave para una gestión sostenible del rebaño.
El beneficio combinado del hierro y el yodo para las vacas lecheras
El hierro y el yodo son oligoelementos que ejercen una influencia considerable sobre la fisiología del ganado. Juntos sincronizan el suministro de oxígeno y la utilización de energía, que actúan como motores de la productividad lechera. La deficiencia de cualquiera de ellos rara vez causa enfermedades graves, pero erosiona gradualmente la eficiencia del rebaño a través de sutiles descensos en la producción de leche, el éxito reproductivo y la vitalidad de los terneros. Reconocer su interdependencia permite a productores y nutricionistas pasar de una simple prevención de la deficiencia a optimizar activamente el rendimiento metabólico.
En las explotaciones lecheras modernas, donde la sostenibilidad y la alimentación de precisión definen el éxito, garantizar un aporte adecuado de hierro y yodo supone una inversión nutricional modesta con un retorno biológico muy superior. Al gestionar correctamente estos dos elementos esenciales, los ganaderos pueden reforzar tanto la productividad como la resiliencia de sus rebaños, lo que demuestra que, en ocasiones, el progreso comienza por sentar bien las bases.
Las referencias bibliográficas empleadas en este artículo están disponibles a solicitud.
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