Álvaro García
El término bienestar tiene su origen en las palabras del latín «bene» y «stare», que significa estar bien o en un estado favorable, tanto física como mentalmente. Originalmente, se refería a la salud, la felicidad y la prosperidad, y aunque con el tiempo se amplió para abarcar también los sistemas de apoyo social y económico, su significado sigue siendo muy relevante cuando se habla del de los animales. ¿Gozan de buena salud o simplemente sobreviven?
En el sector lácteo, el bienestar abarca algo más que la ausencia de dolor, enfermedad o lesiones. Incluye también la presencia de confort, seguridad, bienestar emocional y libertad para expresar comportamientos naturales. Si una vaca está tumbada tranquilamente en un establo limpio, masticando el forraje, con espacio para levantarse, moverse e interactuar, no sólo está existiendo, sino que está a cómoda.
Sin embargo, este ideal coexiste con una realidad difícil. En la mayoría de los sistemas lecheros actuales, las vacas se sacrifican a los 5 o 6 años de edad, es decir, después de unas 2,5 o 2,7 lactaciones. Sin embargo, su vida biológica potencial va mucho más allá, ya que muchas de ellas pueden vivir entre 18 y 22 años, e incluso más en condiciones no comerciales. Este contraste suscita una pregunta difícil pero necesaria: ¿podemos hablar realmente de bienestar animal si las vidas se interrumpen mucho antes de alcanzar sus límites naturales?
Una forma de conciliar esta contradicción es distinguir entre la calidad de vida y la duración de esta. Aunque las vacas pueden ser atendidas de forma excelente mientras son productivas, con dietas equilibradas, cobijo y atención médica, suelen ser sacrificadas no porque sufran, sino porque se vuelven menos viables económicamente, ya sea por un descenso de la fertilidad, por una cojera crónica o por una mastitis.
La mayor parte de las auditorías de bienestar se centran en cómo vive una vaca, no en cuánto vive. Sin embargo, ahora la longevidad se está convirtiendo en un parámetro clave del bienestar y la sostenibilidad. Cuando las vacas viven más tiempo, se requieren menos reemplazos, contribuyen menos a las emisiones de gases de efecto invernadero y es una señal de que, a lo largo del tiempo, se han gestionado con éxito sus problemas de salud. A medida que la industria evoluciona, también deben hacerlo las preguntas que nos hacemos, pasando de «¿Cómo se encuentra la vaca hoy?» a «¿Qué estamos haciendo para ayudarla a vivir tranquila durante sus próximos años?».
La ciencia del bienestar a través de parámetros mensurables
Hoy en día, la evaluación del bienestar no se basa únicamente en la observación o la intuición, sino en una serie de parámetros objetivos con base científica. Estos datos reflejan tanto el estado físico como la resistencia psicológica del animal, lo que permite a ganaderos, veterinarios e investigadores detectar los problemas lo antes posible, adaptar las intervenciones y evaluar los progresos. Algunos de los parámetros más conocidos y científicamente probados son:
- Calificación de la cojera y la locomoción
- Recuento de células somáticas (CCS) y prevalencia de la mastitis
- Tiempo de reposo y ruminación
- Condición corporal y calificación de la higiene
- Los niveles de hormonas del estrés y su reactividad conductual
De la libertad a una mejor calidad de vida
Los Five Freedom (cinco libertades), un conjunto de principios que definen las necesidades básicas que deben ser satisfechas para garantizar el bienestar de los animales, se implantaron por primera vez en el Reino Unido en la década de 1960 y, posteriormente, fueron adoptadas y promovidas por el Farm Animal Welfare Council (FAWC), un organismo británico dedicado a la mejora del bienestar de los animales de granja. Estos principios siguen siendo uno de los enfoques más importantes y reconocidos a la hora de concebir el bienestar animal. Pensados como un conjunto de principios éticos, establecen las condiciones básicas en las que deben estar libres los animales para evitar su sufrimiento. Entre ellas figuran la ausencia de hambre y sed, la ausencia de incomodidad, la ausencia de dolor, lesión o enfermedad, la libertad de expresar un comportamiento normal y la ausencia de miedo y angustia. Aunque este enfoque ha sido decisivo a la hora de elaborar la legislación y sensibilizar a la opinión pública sobre el bienestar animal, se centra principalmente en la prevención de experiencias negativas. Pero, a diferencia de otros enfoques más modernos, no aborda directamente la importancia de promover estados emocionales positivos, como el placer o la curiosidad, sino que sentó las bases para los enfoques más complejos, como el de los Five Domains (cinco aspectos), que evalúa el bienestar animal considerando aspectos físicos (nutrición, ambiente, salud y comportamiento) y su estado mental.
Aunque las «cinco libertades» sentaron las bases éticas de los estándares modernos de bienestar, los enfoques más recientes, como el de los «cinco aspectos», ofrecen una visión más completa, que incluye tanto los sentimientos de los animales como su comportamiento. Creado por el profesor David J. Mellor en los años 90, el enfoque de los «cinco aspectos» se concibió en un principio para evaluar el bienestar animal en entornos científicos, pero desde entonces ha evolucionado hasta convertirse en un enfoque ampliamente aceptado para evaluar la calidad de vida global de los animales. Este enfoque amplía la idea original de las «cinco libertades» incluyendo no sólo necesidades físicas como la nutrición, el entorno, la salud y el comportamiento, sino también el estado mental del animal. Este quinto aspecto recoge los resultados emocionales de los otros cuatro y muestra cómo los animales pueden experimentar comodidad, placer, frustración o miedo. En la actualidad, enfoques como el de los «cinco aspectos» incorporan estados emocionales y cognitivos como la satisfacción, la curiosidad y la capacidad del animal para tomar decisiones e interactuar de forma significativa con su entorno. Este enfoque incita a los productores y veterinarios a ir más allá de la simple prevención del sufrimiento y a considerar cómo promover activamente experiencias positivas de bienestar. Gracias a la evolución de estos criterios, se ha producido un cambio en la definición de lo que es un entorno «positivo para el bienestar». Ya no basta con evitar que los animales sufran; ahora se anima a los ganaderos progresistas a que fomenten activamente experiencias positivas. Los sistemas de certificación, como el programa FARM (Farmers Assuring Responsible Management) en EE. UU., el Red Tractor Assurance en el Reino Unido y el Global Animal Partnership (GAP), han integrado estas nuevas perspectivas en sus protocolos, impulsando mejoras en todo el sector en cuanto al alojamiento, la gestión y el control de las vacas lecheras.
Controlar el confort con ayuda de la tecnología
Gracias a la integración de las tecnologías de la ganadería de precisión, la forma de evaluar el bienestar en las explotaciones lecheras está cambiando. Herramientas como la tecnología de imagen en 3D, que se puede colocar en los pasillos, permiten detectar las primeras fases de cojera mediante la asimetría de la marcha antes de que se manifiesten los signos clínicos. Asimismo, los collares y crotales ofrecen información en tiempo real sobre el comportamiento de las vacas, como el control de la rumia, el consumo de alimento, el tiempo de descanso y los patrones de movimiento. Estos flujos de datos no se recogen de forma aislada; ya existen plataformas de integración que vinculan las métricas de comportamiento con los registros de reproducción, salud y producción lechera. Esta combinación ayuda a los ganaderos a anticiparse a los problemas, a intervenir a tiempo cuando algo no va bien y a tomar mejores decisiones sobre cada vaca, todo ello sin dejar de dar prioridad a la comodidad.
Los sistemas tradicionales de calificación del bienestar, como la calificación de la locomoción (Sprecher et al.), y el estado de los pezones (Mein) y la higiene de la ubre, siguen siendo imprescindibles, y con la llegada de las herramientas digitales de apoyo, su utilidad ha aumentado. Por ejemplo, la duración de la rumia, el número de veces que la vaca se tumba e incluso la disposición de la vaca a utilizar un sistema de ordeño automatizado se reconocen ahora como índices conductuales del estrés o el bienestar. El recuento de células somáticas sigue siendo el estándar de referencia para detectar la mastitis y la inflamación, con unos umbrales que suelen fijarse entre 200.000 y 400.000 células/mL, en función de las normativas de cada zona. Las nuevas metodologías pueden analizar automáticamente las imágenes o los datos de los sensores, convirtiendo las puntuaciones subjetivas en métricas reproducibles y en tiempo real que aumentan la coherencia y la credibilidad del control del bienestar.
Bienestar, longevidad, medio ambiente y economía
Las ventajas de mejorar la calidad de vida van mucho más allá de los propios animales. Unas vacas más sanas, confortables y mejor cuidadas viven más tiempo, producen con mayor eficiencia y reducen la carga medioambiental por unidad de leche. Al prolongar la vida productiva, se reduce la necesidad de reemplazos, uno de los mayores responsables de las emisiones relacionadas con la cría de novillas. Los análisis del ciclo de vida (ACV) han demostrado sistemáticamente que las vacas más longevas contribuyen a reducir la producción de metano y nitrógeno, disminuyen su necesidad de alimento a lo largo del tiempo y mejoran la eficiencia del uso de la tierra. En pocas palabras, la longevidad no es sólo una medida de bienestar, sino una estrategia de sostenibilidad con claros beneficios medioambientales.
Además, invertir en el bienestar de las vacas es rentable. Reducir el CCS de 300.000 a 150.000 células/mL en un rebaño de 100 vacas, por ejemplo, puede producir de 1 a 1,5 litros de leche adicional por vaca al día, lo que se traduce en entre 68 y 102 euros diarios a 0,50 euros el litro. El coste de cada caso de mastitis puede superar los 355 euros si se tiene en cuenta el tratamiento, la mano de obra, la pérdida de producción y el sacrificio preventivo. La cojera, otro de los principales problemas de bienestar, suele superar los 270 euros por vaca afectada. Por suerte, las estrategias proactivas de bienestar, como una mejor ventilación, camas profundas, zonas de descanso con sombra y herramientas para la detección temprana de enfermedades, a menudo proporcionan beneficios a corto plazo, ya que mejoran la producción de leche, reducen los costes veterinarios y aumentan la longevidad de las vacas. No son sólo decisiones de bienestar, son estrategias empresariales muy inteligentes.
El concepto de bienestar de las vacas ha ido evolucionando desde un enfoque centrado en los cuidados básicos y la prevención del sufrimiento hasta una comprensión más amplia, basada en pruebas, que incluye el confort físico, la estabilidad emocional y la longevidad. Conforme van madurando las bases científicas y la normativa del sector, puede que sea necesario adoptar un lenguaje que refleje mejor todo el alcance de la experiencia vivida por el animal.
Pasar del bienestar básico al bienestar más complejo ofrece un enfoque más completo y compasivo, que no solo se refiere a la ausencia de dolor, sino también a la presencia de confort, equilibrio y la capacidad de expresar comportamientos naturales. Adoptar este concepto más amplio podría conducirnos a reimaginar no sólo cómo viven las vacas lecheras, sino cuánto tiempo pueden llegar a vivir, y acercarnos a su potencial biológico de entre 20 y 25 años. La calidad de vida hace referencia a la vitalidad, la adaptabilidad y a una vida que tenga sentido dentro de la estructura de un sistema de producción. No se trata sólo de productividad o de evitar cualquier peligro, sino de garantizar que las vacas estén contentas, sean resilientes y puedan interactuar con su entorno de forma enriquecedora.
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